Cuando el folk pop desdeña el inmovilismo y se viste de contemporaneidad ocurren cosas como esta: que la británica Birdy y el irlandés James Vincent McMorrow compartan cartel con absoluta naturalidad, hermanados por su habilidad para componer canciones como soles.
Atención: Jasmine Lucilla Elizabeth Jennifer Van den Bogaerde (el nombre real se las trae) es Birdy (mucho mejor así, ¿no?), británica de 28 años convertida en estrella del pop prácticamente de la noche a la mañana. Todo empezó con una versión de “Skinny Love”, de Bon Iver, en 2011, cuando solo tenía 15 años. Fue la canción que puso en el disparadero a la artista que se hace llamar así por lo poquito que comía cuando era una cría. Sus padres, escritor y pianista respectivamente, se resarcían poniéndole en casa los discos de los Beatles, George Michael, Keane y algunos otros de música clásica, y de todo ese batiburrillo de influencias solo podían nacer álbumes como “Portraits” (2023), un quinto trabajo que recuerda poderosamente a Kate Bush, David Bowie y otras estrellas del pop de los años ochenta.
El compositor y cantante irlandés James Vicent McMorrow es un tipo con suerte. Pero la suerte también hay que buscarla. Gozó de proyección internacional desde que su primer álbum fue encumbrado en los European Border Breakers de 2012, y un par de años después logró que una de sus canciones, “Glacier”, sonase en todos los hogares españoles gracias a su inclusión en el anuncio de la lotería de Navidad, pero él nunca quiso en realidad ser una gran estrella. A su folk pop, que no pierde de vista la modernidad de unos teclados relucientes o un buen arreglo sintético, le basta con nutrirse de los pequeños placeres de la vida. Por eso su sexto disco, “The Less I Knew” (2022), fue una vuelta a las raíces que trataba de hacer las paces con su condición de músico de renombre y tranquilo padre de familia.